Horas
después de conocer el fallo vergonzoso de la Corte Suprema de
Justicia recibí el comunicado de la marcha por parte del equipo de
Abuelas y de Hijos-Capital. Cuando vi el día y la hora, lo primero
que hice fue escribir un mail a mi editora de SM pidiendo la
reprogramación de la actividad que teníamos ese miércoles. Cuando
ella me dio el ok, di a conocer el cambio por facebook. El viernes 5
a la mañana ya tenía todo organizado.
Sinceramente,
daba por sentado que no sería la única y que muchos colegas
estábamos actuando en sincronía con el mismo objetivo: estar en la
plaza el 10 de mayo. No me equivoqué, gran cantidad de colegas
suspendimos/reprogramamos/adelantamos actividades para ser parte de
la manifestación. Lo mismo sucedió en otros ámbitos del arte, en
profesorados nocturnos, en comercios que cerraron antes sus puertas,
en familias que se organizaron para ir juntas. No es la primera vez
que suceden estos cambios de programa laborales para estar donde hay
que estar.
No
tenía nada que escribir al respecto.
Pero
el día previo a la marcha y el propio 10 de mayo, cuando leí que el
gesto de Claudia Piñeiro, de Luisa Valenzuela y de otros colegas del
mundo literario fue destacado en los medios, lo que pensé es que
nuevamente los autores de literatura infantil y juvenil fuimos
borroneados por los mismos que suelen hablar de la infancia como si
les importara. En ese momento no me pareció importante; lo
importante era otra cosa: mi cabeza estaba absolutamente enfocada en
qué estaba haciendo la “familia judicial”, siempre tan
solidaria.
Y
el millón de personas que se movió a nivel nacional fue un abrazo
popular que me colmó de dicha, a pesar de que al día siguiente,
jueces de mi ciudad de origen, Bahía Blanca, beneficiaron con cárcel
domiciliaria a un genocida que se siente deprimido. A pesar de que
sabíamos que el gobierno aprovecharía que la sociedad estaba
indignada por el 2x1 para resolver otras cuestiones de su interés,
como traspasar por decreto a Carlos Mahiques a la Cámara Federal de
Casación Penal, la instancia judicial más alta por debajo de la
Corte Suprema de Justicia, la que recibe casos de resonancia como el
caso Odebrecht, que compromete al propio presidente. (Mahiques apoya
el fallo de reducción de penas a los genocidas, por si no lo saben).
En
fin. Que en esos días estaba en otra pero ahora ya puedo detenerme a
preguntarme por qué ningún colega del mundo de la literatura
infantil y juvenil fue nombrado por los medios. Esto es histórico,
ya lo sé. Muchas personas antes que yo trataron este tema con gran
profundidad.
Lo
que quiero decir en este espacio de reflexión es que creo que
nuestros niños y jóvenes merecen ser tratados como sujetos
políticos.
Soy
parte de un grupo de autores que estamos convencidos de que la
política es un asunto de todos los integrantes de la sociedad, a
contrapelo de muchos adultos, que prefieren que los niños queden
fuera “porque no tienen herramientas para entender”.
Yo
creo que si pueden decodificar el hambre, la injusticia, la
violencia, pueden comprender sus causas, pueden reflexionar respecto
a los temas que los incumben.
Sé
que los que elegimos dedicarnos a pensar las infancias y las
adolescencias no somos parte de la literatura del mismo modo que
otros colegas y buscar serlo en una sociedad que destrata a sus niños
y a sus jóvenes es un gasto de energía inútil. Mejor es
concentrarse en reflexionar, en estudiar, en trabajar para lograr
textos de calidad que formen ciudadanos críticos, capaces de
registrar que es en la infancia donde se incorporan a la memoria,
como recuerdos fundantes, las imágenes y preguntas que luego dan
paso a las decisiones de su vida, también a las de índole política.
Mi
desafío es ese: sembrar preguntas e imágenes literarias que
entretengan, conmuevan, hagan pensar y, a la vez, sean difíciles de
olvidar. Algunas alrededor de la consigna que nos ilumina en Hijos y
en Abuelas acerca de Memoria, Verdad y Justicia; otras sobre
diferentes cuestiones que a mí me movilizan desde la infancia y se
han ido complejizando con los años. Sé que no soy la única. Sé
que muchos de mis colegas transitan senderos paralelos.
A
pesar de que sé todo esto y trabajo en consecuencia, haber sido
invisibilizados por los medios en esta ocasión es algo que me cuesta
digerir. Y es la indigestión la que me lleva a escribir aquí estas
palabras.
Por
suerte, existen los lectores:
el
miércoles 10, en la desconcentración de la Plaza, en un segundo
tumultuoso, una mano me tocó el brazo y un rostro de mujer joven me
dijo “el mar y la serpiente”. No lo sentí título de libro, lo
sentí afirmación de un camino de búsqueda de justicia. Y yo
respondí “sí”, nos sonreímos y seguí mi camino de agua en la
marea.
El pibe - foto tomada por el gran Seba Miquel el 10/5 |
Paula: no hay duda, las palabras evidencian. Leì tu reflexión y tomé conciencia de esa situación. Trabajé muchos años con niños y adolescentes dando clases de teatro y en biblioteca y tuve siempre la sensación de la poca atención que hay sobre ellos, sobre sus necesidades, su potencial. Cuando se lo menciona es para "venderles" y "tentarlos" pero no se los escucha. Por lo que allí quedamos, junto a ellos, los que los tenemos presentes.También tengo literatura escrita para ellos,donde siempre está la esperanza.
ResponderEliminarYa estoy como seguidora de tu blog.
Un abrazo por la nube.
Ana María Allaria
La mujer joven del párrafo final, fui yo.
ResponderEliminarHOLA PAULA BOMBARA,NOS GUSTO MUCHISIMO TU NOVELA, NOS DIO INTRIGA Y TRISTESA
ResponderEliminar,IGUAL NOS GUSTO. ESPERO QUE SIGAS ASI!ESTA NOVELA NOS ENCANTO!!
¡SALUDOS!